LOS ORÍGENES DE LA IGLESIA

 

Desde los orígenes de la Iglesia, los fieles más instruidos celebraban las alabanzas divinas con la triple cincuentena de salmos. Entre los más humildes que encontraban serias dificultades con el rezo del oficio divino, surgió la salutación mariana en donde sustituyeron los salmos por la salutación a María, ya por eso comenzaron a llamar Salterío de María a las tres series de 50 oraciones, ante poniendo a cada decena la oración dominical como habían visto hacer a quienes recitaban los salmos.

Ya en el siglo IX había en Irlanda la costumbre de hacer nudos en un cordel para contar las 50 salutaciones.

La Madre de Dios, en persona, le enseñó a Santo Domingo a rezar el Rosario en el año 1208 y le dijo que propagara esta devoción y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la Fe.

Domingo de Guzmán era un santo sacerdote español que fue al sur de Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albingense.

Domingo trabajó por años en medio de estos desventurados. Por medio de su predicación, sus oraciones y sacrificios, logró convertir a unos pocos. Pero, muy a menudo, por temor a ser ridiculizados y a pasar trabajos, los convertidos se daban por vencidos. Domingo dio inicio a una orden religiosa para las mujeres jóvenes convertidas. Su convento se encontraba en Prouille, junto a una capilla dedicada a la Santísima Virgen. Fue en esta capilla en donde Domingo le suplicó a Nuestra Señora que lo ayudara, pues sentía que no estaba logrando casi nada.

El Beato Alano, dominico nos narra la historia.-

La Virgen acude en ayuda de Santo Domingo de Guzmán:

“Domingo, hijo, no te sorprendas de que no tengan éxito tus predicaciones, porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Sabe que, cuando Dios quiso renovar el mundo, envió de antemano la lluvia de la salutación angélica, y así es como se reformó el mundo. Exhorta, pues, en tus sermones a rezar el Rosario, y recogerás grandes frutos para las almas”

Domingo salió de allí lleno de celo, con el rosario en la mano. Efectivamente, lo predicó, y con gran éxito porque muchos albigenses volvieron a la fe católica.

Un creciente número de hombres se unió a la obra apostólica de Domingo y, con la aprobación del Santo Padre, Domingo formó la Orden de Dominicos. Con gran celo predicaban el rezo del Santo Rosario, enseñaban y los frutos de conversión crecían. A medida que la orden crecía, se extendieron a diferentes países como misioneros para la gloria de Dios y de la Virgen.